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- Prólogo -
- Capítulo 1 -
30 de enero de 1972 - Derry ( Irlanda del Norte )
Irlanda del Norte, a día de hoy, parece estar condenada de por vida a los conflictos y a la violencia, todo debido a la mala gestión del gobierno que lleva el país. Aunque este conflicto empezara a principios de siglo XVII con la entrada de Inglaterra en tierras irlandesas, nunca han conseguido firmar la paz católicos y protestantes. Los enfrentamientos que están viendo casi a diario, se llevan a cabo por los
unionistas de Irlanda del Norte, los protestantes, que siempre han sido partidarios de preservar los lazos con Gran Bretaña y por los
republicanos irlandeses, en su gran mayoría católicos y demográficamente minoritarios, que son partidarios de la independencia absoluta.
Aún recuerdan muchos de los ciudadanos de aquí de Derry los violentos disturbios entre nacionalistas y policías que se produjeron en el barrio de Bogside, allá entre el 12 y el 14 de febrero de 1969. Yo aún lo recuerdo con tristeza y dolor porque perdí un gran amigo en esa revuelta. Él vivió muy intensamente lo ocurrido porque era en ese barrio donde creció y vivió durante toda su vida. Además era un nacionalista como el que más, liderando gran parte de las manifestaciones y protestas que se llevaban a cabo por la zona. Todo fue motivado por la llegada de las tropas del ejercito británico a la zona, con fines, según ellos, de restaurar el orden, cuando allí no había sido necesario ya que se había programado una marcha totalmente pacífica.
Mi nombre es James Miller, tengo cincuenta y siete años, y hoy, domingo al medio día, cuento todo esto a mi sobrino, junto a un fuego acogedor que nos aislaba de las bajas temperaturas del momento. Toda esta historia viene a cuento de que comenzamos hablando de la manifestación que se llevaría a cabo esta tarde y los momentos de tensión que se podrían llevar a cabo. Con esto no quería más que alertar y pedirle que fuera a protestar, al igual que yo lo haría, pero que no entrara en peleas y discusiones, que se mantuviera siempre al margen y alejado de los grupos radicales de la ciudad, que no eran pocos. La voz de la experiencia era siempre importante, y la mía estaba bastante experimentada en tema de manifestaciones y protestas civiles.
Esta tarde se estima que miles de personas acudirán al acto a favor de los derechos civiles y en contra del internamiento, como así se le llamó, un encarcelamiento sin juicio alguno de varios sospechosos de pertenecer al
IRA, ejercito republicano irlandés. Todo ordenado por el gobierno de Irlanda del Norte. Aún no sabemos si acudiremos al ayuntamiento de la ciudad porque las autoridades han prohibido expresamente no abandonar nuestros barrios, además de que el gobierno ha prorrogado hace un par de días la prohibición de celebrar manifestaciones públicas. De nuevo, un duro golpe más a nuestra libertad de expresión y a la rehivindicación de nuestros derechos como ciudadanos de esta tierra, que hasta el día antes en que llegaran los ingleses no habíamos tenido problema alguno y eramos un proyecto de país independiente, con la capacidad suficiente de subsanarse a sí mismo.
Antes que mi sobrino llegara a casa, como cada mañana, había desayunado, tomado una apetecible ducha caliente, ordené la habitación en la medida de lo posible y había llamado al destino. Una hoja de papel en blanco que tengo que arrojar al fuego que enciendo cada día al levantarme, define un acto del futuro próximo, es decir que escribe un hecho puntual del día. Esto quedará oculto en las cenizas de la hoguera, en esas minúsculas partículas grisáceas mal olientes y sólo a medianoche podré saber qué hecho fue motivado, fue creado, por esa misteriosa acción de arrojar la hoja al fuego. Sé que puede parecer que esté loco, que sea un comportamiento que me acerque a la brujería, a lo relacionado con el diablo incluso, y es por eso mismo que nadie sabe de su existencia, ni tan siquiera mis hermanos. Pero debo hacer esto. No me gustaría experimentar de nuevo qué pasaría si alguna mañana no lanzara el papel a la hoguera, ya que el día que lo intenté casi acabo con mi vida.
Almorcé con mi sobrino. Es buen chaval, joven. Cumplió veinte años el mes pasado. Se llama Chase, como su padre, como mi hermano, pero por desgracia no se hablan desde hace muchos años. Ahora mismo vive con su madre pero pasa gran parte del tiempo aquí en casa. Le encantan mis raras, pero entretenidas, fábulas de mezcla de ficción y realidad. A menudo hace que me sienta como un padre. De hecho, creo que soy como un padre para él. Continuamos hablando de la manifestación y de otros temas interesantes, sobre cómo debía organizarse la política tanto exterior como interior en esos momentos tan críticos por los que pasaba el país. Era un chico que podría llegar lejos, sin lugar a dudas, en todo lo relacionado con la política. Incluso me atreví a decirle en alguna ocasión que tenía algo especial y que en un futuro lo vería como presidente del gobierno.
A media tarde, Chase cogió su bicicleta que le había dejado en herencia su abuelo materno y con la que hacía la mayor parte de sus andanzas por la ciudad, y con un chirrido característico producido por la cadena oxidada, tomó rumbo a la manifestación, teniendo que pasar antes por casa a recoger unas pancartas que había hecho con varios amigos. No vivía muy lejos de mí por lo que en quince minutos podría estar ya en el punto de encuentro de los manifestantes. Yo, sin embargo, no podré personarme hasta más tarde. Prometí a mi vecino mirar el motor de su furgoneta
Volkswagen que llevaba varios días dándole problemas. No es que sea mecánico, ni tan siquiera vivo de eso, pero soy aficionado y disfruto con los coches.
Eran aproximadamente las siete de la tarde. Llegaba con paso decidido y con una leve sonrisa por ver tantísima gente en las calles. Los manifestantes continuaban con sus gritos de libertad y sus pancartas en alto. Algunos con sus caras y manos pintadas de blanco como signo de paz. La policía local y soldados acordonaban la zona para impedir que nadie saliera del recinto. Un vallado humano infranqueable a simple vista. Mientras, la televisión local grababa las declaraciones de alguno de los ciudadanos al mismo tiempo que algunos impresentables hacían el tonto detrás del entrevistado para salir en cámara. Me dispuse a unirme a todo el grupo entablando conversación con una mujer de mediana edad que estaba allí con otra chica más joven que ella. Es posible que fueran madre e hija. Y así comenzó mi momento de protesta.
De repente, un pequeño grupo de manifestantes, apartado del núcleo principal, comenzó a lanzar piedras a una de las barricadas. Yo me temía lo peor. Instantes después los solados respondieron con gas y balas de goma. Todo el mundo comenzó a correr creando así una estampida humana. Los gritos de protesta se tornaron de terror. Empecé a correr mirando de vez en cuando lo que estaba ocurriendo a mis espaldas. Los rebeldes empezaron a acercarse a las fuerzas de seguridad con palos de madera, algunos con cuchillos en sus manos. Policías y personal del ejercito intentaban cortarles el paso para así evitar algún mal mayor. De repente, varios disparos mataron ese ambiente de terror creando así uno nuevo de preocupación y espanto generalizado. Entonces fue cuando todo el mundo comenzó a agacharse, incluso a tirarse al suelo, llorando muchos del miedo que estaban sufriendo. Un hombre que abrió la puerta segundos antes, al verme pasar corriendo, me invitó a entrar junto con varias personas más y cerró dando un portazo. ¿Estáis todos bien? pregunté por si había alguien herido. Pero, por suerte, todos estábamos bien. Los disparos se intensificaron y todo parecía indicar que el ejercito inglés había abierto fuego en respuesta a los disparos precedentes de los manifestantes radicales. Fue entonces cuando pasados varios intensos minutos dejaron de oírse los disparos. Tan sólo los gritos de los soldados y algún llanto solitario se oían desde la casa de este amable hombre que nos invitó a salvar nuestras vidas. Entonces nos asomamos a las ventanas, preocupados, por lo que podríamos encontrarnos al otro lado de las cortinas. Varias personas en el suelo, con charcos de sangre a su alrededor, me hacía temer lo peor.
Cuando conseguimos salir de las casas, varios policías nos registraron uno a uno para comprobar así que no disponíamos de armas de fuego. Nos obligaron a abandonar la zona porque se procedería a la retirada de los cuerpos que yacían sobre la calzada. El ruido de las sirenas de las ambulancias, el llanto de familiares y amigos de los caídos, hacían irme de allí con un mal sabor de boca porque así no se consigue nada realmente.
De camino a casa, oía a la gente comentar lo sucedido y por eso me acerqué a preguntar a un grupo de jóvenes que estaban sentados en una de las aceras.
- Perdonad. ¿Sabéis cuántos puede haber heridos? - dije llegando donde estaban ellos -.
- Parece ser que hay varios heridos por las caídas y los golpes de la estampida, pero he oído decir a gente que hay siete personas muertas. - contestó uno de ellos mientras fumaba un cigarro -.
- ¡Se han cebado los soldados con nosotros! - gritaba uno indignado -. ¡Hasta cuando vamos a tener que soportar esta cruz! Estoy cansado de este jodido país.
- Bueno muchachos, por desgracia, siempre hay un grupo de gente que no sabe controlarse - comenté mientras miraba el reloj -, pero no debemos perder la esperanza. Hay que seguir luchando por nuestros derechos.
- Es cierto, ¡no nos callarán! - gritó otro del grupo -.
- Gracias por la información jóvenes. Hasta otra - dije mientras iniciaba los pasos hacia casa y abrochando mi chaqueta hasta el cuello -.
Era casi medianoche. Ya me había puesto cómodo para estar por casa. Estaba sentado en el sofá, intentando escuchar la radio, pero el mal tiempo impedía que se oyera con claridad. No hacía nada más que pensar en esas personas y en esas familias. El dolor que tendrían que pasar ahora por una simple manifestación, por una simple insensatez de cuatro imbéciles.
A pesar del cansancio de mi cuerpo, antes de tomar el sueño, siempre espero que sean las doce de la noche. La curiosidad de saber qué acto provoqué siempre me desespera.
Ya era medianoche. Con cuidado de no quemarme tomé varios puñados de ceniza y la esparcí sobre un gran cuenco lleno de agua. Seguidamente lo remuevo con mi mano y lo observo detenidamente. No sé, ni tan siquiera, si cualquier otra persona podría ver algo. Yo puedo verlo como si estuviera viviéndolo en primera persona. Esa noche vi algo realmente espantoso. Mis lágrimas empezaron a caer mientras veía lo que el cuenco con agua me estaba enseñando. Rápidamente solté el cuenco de agua, que cayó al suelo y se rompió, y salí corriendo por la puerta incluso sin cerrarla y sin parar de negar que aquello no podría ser verdad. Me monté en el coche y lo arranque tan rápido como pude. Tenía que comprobar que aquello que había visto no podía ser verdad. Y que alguna vez debía fallar ese maldito conjuro de llamar al destino, y hoy debía ser el día que fallara.