martes, 28 de agosto de 2012

El Universo de Ôressium.

     Todo gran universo tiene su origen y a pesar de ser este uno de los más pequeños que existen, es de los más extraordinarios y hermosos que jamás se puedan imaginar. Un universo lleno de criaturas fantásticas y de hermosas damas, de caballeros cuan valerosos defendiendo sus tierras y su honor. Con miles de idiomas y dialectos complejos. De reyes y reinos en guerra, de ríos de agua mística bañados en sangre que las guerras dejan tras su paso. De grandes Dioses creadores y pequeñas criaturas creadas. Un universo con varios mundos en su interior, mundos repletos de magia y misterio por doquier. Ôres, el Dios de todos los Dioses de este universo, fue su creador, dando lugar hace ya millones de ciclos lunares a este universo que lleva su nombre. Si quieren conocer toda la historia de esta prodigiosa y formidable creación es requisito primordial, antes de leer nada, en creer y en aceptar que existen realmente estos universos de fantasía.

Capítulo 1. La entrada a Diaphònicae Zârh.
Capítulo 2. La codicia del rey de Gonderth.
Capítulo 3. Los primeros pasos en el Mundo de Diaphònicae Zhâr.
Capítulo 4. Diaphònicae Zârh y sus cuatro días de placer.
Capítulo 5. Luxem, un Padre Inmortal.
Capítulo 6. El sueño terminó y con él, Diaphònicae Zârh.
Capítulo 7. El Sauce de Phîerland. (inacabado)

White Scarlet en su búsqueda del Sauce de Phîerland.

-próximamente-

lunes, 27 de agosto de 2012

El Sauce de Phîerland

- Existe una tierra desconocida a los ojos de muchos caminantes de estas llanuras, - explicaba Sir Robinson a su preciosa hija White Scarlet mientras andaban con paso firme por el Sendero del Sol. - y a pesar de su grandiosidad y extensión muchos mueren sin saber si es cierta su existencia, y muchos otros mueren intentando llegar hasta ella.
- Padre, - interrumpió su hija con esa dulce y delicada voz que le caracterizaba - ¿estás hablando del mundo de Zârh?
- No, hablo de una tierra mucho más misteriosa que esa - contestó. - Observa - dijo señalando hacia un pequeño montículo de tierra y piedras. - Allí está la entrada a una cueva subterránea. Una cueva laberíntica donde uno de sus miles caminos termina en esa tierra tan misteriosa y desconocida de la que te hablo.
- ¿Tú crees en ella, padre? - Comentó mientras entrecerraba sus ojos para poder ver mejor aquel lugar que terminaba de señalar Sir Robinson. -
- Por supuesto que sí, hija mía. Hay tantas cosas extrañas en este mundo que cualquiera, por misteriosa, ilógica o difícil que parezca, podría ser cierta. Cuenta la leyenda - continuó relatando la historia mientras comenzaban de nuevo su camino - que debajo de este mismo suelo que pisas, a tantos metros bajo tus pies como puedas imaginar, hay una montaña subterránea de unos treinta mil pies de altura. La montaña llamada Phîerland y que en su cima yace su famoso Sauce.
- ¡Vaya! - se expresó impresionada - Si ese lugar es tan bello como su nombre, me gustaría verlo algún día, padre.
- Hija mía - contestó su padre mientras reía - no peques de ilusa. Ese laberinto está lleno de criaturas monstruosas y horribles, según se cuenta. Al parecer, se alimentan de las ratas y otros bichos que puedan encontrar por esos oscuros y fríos pasadizos. Beben el agua que gotea por sus paredes, y si cualquier humano procedente de aquí arriba osa bajar ahí, lo reciben como un manjar caído del cielo, nunca mejor dicho. Imaginate, hija mía, carne caliente y jugosa - rió mientras apretaba el brazo de su hija White Scarlet. -
- ¡Aaah! - gritó enfadada. -
- Si esto te duele, ¿cómo pretendes entrar ahí, hija? - preguntó sonriente, enseñando esa dentadura tan perfecta y cuidada.
- Podría entrenarme, padre. Al igual que enseñas a muchos de esos inexpertos campesinos que desean ser caballeros - decía en un tono tan serio que Sir Robinson comenzaba a creérselo incluso - y que al final consiguen blandir sus espadas con precisión ganando duras batallas. ¡Enseñame, padre! - gritó sonriente mientras lo miraba a sus ojos. -
- Eres demasiado hermosa, demasiado mujer. Has nacido para casarte con uno de esos caballeros, no para ocupar su puesto. - explicó su padre cuando terminó de reír.-

Continuaron caminando con dirección al inmenso hogar que Sir Robinson había heredado de su padre y que estaba a varios minutos desde donde se encontraban. Siguió explicando a su hija White Scarlet la historia del Sauce de Phîerland, el por qué de su magia y cómo llego hasta allí, aumentando mucho más sus ganas de poder ver ese lugar tan misterioso y oculto.

Continuará

lunes, 25 de junio de 2012

- El caballo Will y su jinete Dry Leaf -

Capítulo 1: Toda historia tiene un comienzo.

Australia seguía siendo esa isla tan inmensa y repleta de llanuras de bosque, con montañas de piedra y roca volcánica, donde criaturas salvajes se daban cobijo entre matorrales, árboles autóctonos y cuevas subterráneas con el único fin de sobrevivir, con el único placer, si es que así podía decirse, de hacer de su vida un esfuerzo por la supervivencia en esa tierra tan peligrosa, a la par de misteriosa, como era Australia.

Will sabía que la primavera había llegado. Los árboles comenzaban a florecer, el tiempo era más agradable y los animales comenzaban a aparearse. Y aunque aún no fuera mayor de edad, ya sabía de qué iba el tema de aparearse. Hacía entonces, aproximadamente, cinco años de su nacimiento y ese día al despertar recordó ese momento al caerle sobre su bello hocico una flor blanca del ciruelo bajo el que dormía. 
Will era un caballo salvaje, quizás de los más bellos que habrían nacido en los últimos tiempos por esas tierras. Su cuerpo entero cubierto con pelaje negro oscuro le hacía aún más salvaje, y su melena larga unida a su mediana estatura le daban un aspecto robusto y jovial. 


Caminaba despacio con dirección un lago cercano. Seguía el sendero por el que tantas veces había andado esta última temporada, aunque hoy era su última vez. La llegada del buen tiempo le animaba a viajar hacia la costa, donde encontraba alimento más fresco y rico que en el interior, además de que está más a salvo de los peligros del bosque. Por eso, una vez se refrescó y bebió de ese agua tan fresca y limpia que tenía el lago, puso rumbo a la playa del oeste que era la más cercana desde su posición. 
Su escasa edad no le permitió viajar mucho, aunque el deseaba con fuerza recorrer algún día toda la costa y llegar al punto de partida. Para llegar a la costa debía atravesar varios kilómetros las llanuras de bosque, subir y bajar por la montaña de Río Grande, que así es como él la llamaba por dar nacimiento al río más largo y caudaloso que había visto en su corta vida, y atravesar el desierto de Canguros; ya podéis imaginaros por qué lo llamaba así. 
Con suerte atravesaría Río Grande al medio día, haciendo un alto para alimentarse y reponer fuerzas. A continuación descansaría varios minutos y proseguiría con su camino, esta vez al trote atravesando las llanuras desiertas de Canguros, para poder llegar antes del anochecer a la playa.

Escuchaba el aleteo de una bandada de aves que atravesaba el cielo en esos momentos y miró hacia arriba sin recordar que aún estaba en el interior del bosque y le era imposible ver el cielo debido a la gran altura y densidad de las copas de los árboles. Debían ser cigüeñas u otra especie de gran tamaño debido al fuerte sonido que producían sus alas. Su sorpresa fue al encontrar un pequeño koala, de color grisáceo, abrazado a la copa del árbol. Hacía tiempo que no veía alguno. Siempre le hizo gracia esa nariz tan grande y negra que tenían, en contraste con su pelaje más claro, e hizo un relincho de alegría asustándolo.

- Perdón, no quise asustarle, señor koala - comentó Will seguidamente - ¿Podría decirme usted, que ve el cielo más cerca que yo, qué pájaros son esos que nos sobrevuelan? - Preguntó intrigado por saber si eran las cigüeñas que también iban hacia la costa.
- ¿Cuál es tu nombre, caballo? - dijo el koala con un tono de voz serio y con cara de pocos amigos. - Will esperó por si decía algo más.
- Mi nombre es Will, señor koala - contestó decepcionado -. No pretendía asustarle, discúlpeme.
- Will... -dijo con la boca llena de hojas de eucalipto -. Sí, son cigüeñas - afirmó una vez que dirigió su mirada hacia arriba lentamente, como si el tiempo fuera más lento para él -

El koala continuó en su afán por comer hojas de eucalipto sin decir ni una palabra lo que provocó que Will se marchara con un mal sabor de boca. A pesar de su bravura y vigor, era un caballo amable y feliz, y no estaba acostumbrado a ser despreciado tan a menudo. Así que esa actitud del koala hizo que le afectara en su estado de ánimo volviéndolo triste y cabizbajo mientras retomaba su camino.

Will hacía uso de su buena memoria para llegar hasta la playa. Se fijaba en pequeños detalles que iba encontrando para luego poder guiarse con más facilidad a todos los sitios; podrían ser desde la posición en que estaban puestas ciertas rocas, marcas en los troncos de los árboles, las madrigueras de algunos animales terrestres... Si su memoria no le fallaba, estaba apunto de dar salida al pie de la montaña Río Grande.
Y así fue, atravesó esa capa de vida verde que separaba la montaña del interior del bosque y se encontró, tan bello como siempre, Río Grande. Se alzaba majestuosa al cielo, casi llegando a tocarlo. Desde allí sería capaz de ver Australia entera, pensó el caballo Will.

Se acercó al río y bebió un largo rato de él. Parecía agua sagrada del sabor tan puro que tenía; hasta se podía sentir como si los músculos se volvieran más fuertes. Al levantar su hocico del agua, se observó en el reflejo. Es curioso pero Will nunca se había fijado detenidamente en observar el aspecto de su cara. Contempló, tranquilo, esos ojos grandes y cristalinos, que casi permitían ver el interior de su alma, observó esa melena larga y lisa a uno de los lados de su cabeza y esas pequeñas orejas que se movían sin querer de un lado al otro, estando alerta por si oían algo. Relinchó con fuerza a la vez que se alzó señorial y esplendoroso sobre sus dos patas traseras, haciendo que muchos animales de su alrededor corrieran despavoridos hacia direcciones contrarias. Al caer, sus patas delanteras chocaron contra el agua con energía, haciéndole que perdiera su manso de paz. Fue entonces cuando olvidó su tristeza, recordando que era un caballo fuerte y lozano.

Volvió a mirar la cumbre de la montaña Río Grande, y reanudó sus andaduras hacia la ladera de Río Grande.

domingo, 6 de mayo de 2012

La cadena oval.

Del huevo nació una gallina. La gallina puso un huevo. El huevo lo comió una serpiente. La serpiente puso un huevo. Del huevo nació una serpiente. La serpiente reptó un árbol. El árbol creció durante muchos años dando cobijo a un pájaro. El pájaro puso un huevo. Del huevo nació un pajarillo. El pájaro creció y aprendió a volar. El pájaro voló e intentó cazar un ratón. ¿El ratón puso un huevo? No, el ratón es un mamífero. Los mamíferos no ponen huevos. No, hay mamíferos que ponen huevos. El huevo del ornitorrinco. Del huevo del ornitorrinco nació un ornitorrinco. El ornitorrinco puso un huevo. El huevo lo comió un cocodrilo. El cocodrilo puso un huevo. Del huevo nació un cocodrilo. El cocodrilo fue a una granja cercana y comió una gallina que había puesto un huevo. ¿Del huevo nació una gallina? No, el hombre comió el huevo y rompió una enorme cadena. Del huevo no nació una gallina que no pudo poner otro huevo. La serpiente murió de hambre y no pudo poner huevos. El árbol sí que creció y dio cobijo a un pájaro que puso un huevo. El hombre taló el árbol y rompió el huevo al hacer caer el árbol. El ornitorrinco puso un huevo. El huevo lo comió un cocodrilo. El cocodrilo fue a una granja cercana pero como no había gallinas murió de hambre.
Moraleja 1: El hombre sobrevive.
Moraleja 2: El ornitorrinco también consigue sobrevivir porque ningún hombre a visto nunca un ornitorrinco.

Origen del futuro. - Capítulo 2 - Bloody Sunday

Lea antes: 
- Prólogo - 
- Capítulo 1 -

30 de enero de 1972 - Derry ( Irlanda del Norte )

Irlanda del Norte, a día de hoy, parece estar condenada de por vida a los conflictos y a la violencia, todo debido a la mala gestión del gobierno que lleva el país. Aunque este conflicto empezara a principios de siglo XVII con la entrada de Inglaterra en tierras irlandesas, nunca han conseguido firmar la paz católicos y protestantes. Los enfrentamientos que están viendo casi a diario, se llevan a cabo por los unionistas de Irlanda del Norte, los protestantes, que siempre han sido partidarios de preservar los lazos con Gran Bretaña y por los republicanos irlandeses, en su gran mayoría católicos y demográficamente minoritarios, que son partidarios de la independencia absoluta.

Aún recuerdan muchos de los ciudadanos de aquí de Derry los violentos disturbios entre nacionalistas y policías que se produjeron en el barrio de Bogside, allá entre el 12 y el 14 de febrero de 1969. Yo aún lo recuerdo con tristeza y dolor porque perdí un gran amigo en esa revuelta. Él vivió muy intensamente lo ocurrido porque era en ese barrio donde creció y vivió durante toda su vida. Además era un nacionalista como el que más, liderando gran parte de las manifestaciones y protestas que se llevaban a cabo por la zona. Todo fue motivado por la llegada de las tropas del ejercito británico a la zona, con fines, según ellos, de restaurar el orden, cuando allí no había sido necesario ya que se había programado una marcha totalmente pacífica.

Mi nombre es James Miller, tengo cincuenta y siete años, y hoy, domingo al medio día, cuento todo esto a mi sobrino, junto a un fuego acogedor que nos aislaba de las bajas temperaturas del momento. Toda esta historia viene a cuento de que comenzamos hablando de la manifestación que se llevaría a cabo esta tarde y los momentos de tensión que se podrían llevar a cabo. Con esto no quería más que alertar y pedirle que fuera a protestar, al igual que yo lo haría, pero que no entrara en peleas y discusiones, que se mantuviera siempre al margen y alejado de los grupos radicales de la ciudad, que no eran pocos. La voz de la experiencia era siempre importante, y la mía estaba bastante experimentada en tema de manifestaciones y protestas civiles.

Esta tarde se estima que miles de personas acudirán al acto a favor de los derechos civiles y en contra del internamiento, como así se le llamó, un encarcelamiento sin juicio alguno de varios sospechosos de pertenecer al IRA, ejercito republicano irlandés. Todo ordenado por el gobierno de Irlanda del Norte. Aún no sabemos si acudiremos al ayuntamiento de la ciudad porque las autoridades han prohibido expresamente no abandonar nuestros barrios, además de que el gobierno ha prorrogado hace un par de días la prohibición de celebrar manifestaciones públicas. De nuevo, un duro golpe más a nuestra libertad de expresión y a la rehivindicación de nuestros derechos como ciudadanos de esta tierra, que hasta el día antes en que llegaran los ingleses no habíamos tenido problema alguno y eramos un proyecto de país independiente, con la capacidad suficiente de subsanarse a sí mismo.

Antes que mi sobrino llegara a casa, como cada mañana, había desayunado, tomado una apetecible ducha caliente, ordené la habitación en la medida de lo posible y había llamado al destino. Una hoja de papel en blanco que tengo que arrojar al fuego que enciendo cada día al levantarme, define un acto del futuro próximo, es decir que escribe un hecho puntual del día. Esto quedará oculto en las cenizas de la hoguera, en esas minúsculas partículas grisáceas mal olientes y sólo a medianoche podré saber qué hecho fue motivado, fue creado, por esa misteriosa acción de arrojar la hoja al fuego. Sé que puede parecer que esté loco, que sea un comportamiento que me acerque a la brujería, a lo relacionado con el diablo incluso, y es por eso mismo que nadie sabe de su existencia, ni tan siquiera mis hermanos. Pero debo hacer esto. No me gustaría experimentar de nuevo qué pasaría si alguna mañana no lanzara el papel a la hoguera, ya que el día que lo intenté casi acabo con mi vida.

Almorcé con mi sobrino. Es buen chaval, joven. Cumplió veinte años el mes pasado. Se llama Chase, como su padre, como mi hermano, pero por desgracia no se hablan desde hace muchos años. Ahora mismo vive con su madre pero pasa gran parte del tiempo aquí en casa. Le encantan mis raras, pero entretenidas, fábulas de mezcla de ficción y realidad. A menudo hace que me sienta como un padre. De hecho, creo que soy como un padre para él. Continuamos hablando de la manifestación y de otros temas interesantes, sobre cómo debía organizarse la política tanto exterior como interior en esos momentos tan críticos por los que pasaba el país. Era un chico que podría llegar lejos, sin lugar a dudas, en todo lo relacionado con la política. Incluso me atreví a decirle en alguna ocasión que tenía algo especial y que en un futuro lo vería como presidente del gobierno.

A media tarde, Chase cogió su bicicleta que le había dejado en herencia su abuelo materno y con la que hacía la mayor parte de sus andanzas por la ciudad, y con un chirrido característico producido por  la cadena oxidada, tomó rumbo a la manifestación, teniendo que pasar antes por casa a recoger unas pancartas que había hecho con varios amigos. No vivía muy lejos de mí por lo que en quince minutos podría estar ya en el punto de encuentro de los manifestantes. Yo, sin embargo, no podré personarme hasta más tarde. Prometí a mi vecino mirar el motor de su furgoneta Volkswagen que llevaba varios días dándole problemas. No es que sea mecánico, ni tan siquiera vivo de eso, pero soy aficionado y disfruto con los coches.

Eran aproximadamente las siete de la tarde. Llegaba con paso decidido y con una leve sonrisa por ver tantísima gente en las calles. Los manifestantes continuaban con sus gritos de libertad y sus pancartas en alto. Algunos con sus caras y manos pintadas de blanco como signo de paz. La policía local y soldados acordonaban la zona para impedir que nadie saliera del recinto. Un vallado humano infranqueable a simple vista. Mientras, la televisión local grababa las declaraciones de alguno de los ciudadanos al mismo tiempo que algunos impresentables hacían el tonto detrás del entrevistado para salir en cámara. Me dispuse a unirme a todo el grupo entablando conversación con una mujer de mediana edad que estaba allí con otra chica más joven que ella. Es posible que fueran madre e hija. Y así comenzó mi momento de protesta.

De repente, un pequeño grupo de manifestantes, apartado del núcleo principal, comenzó a lanzar piedras a una de las barricadas. Yo me temía lo peor. Instantes después los solados respondieron con gas y balas de goma. Todo el mundo comenzó a correr creando así una estampida humana. Los gritos de protesta se tornaron de terror. Empecé a correr mirando de vez en cuando lo que estaba ocurriendo a mis espaldas. Los rebeldes empezaron a acercarse a las fuerzas de seguridad con palos de madera, algunos con cuchillos en sus manos. Policías y personal del ejercito intentaban cortarles el paso para así evitar algún mal mayor.  De repente, varios disparos mataron ese ambiente de terror creando así uno nuevo de preocupación y espanto generalizado. Entonces fue cuando todo el mundo comenzó a agacharse, incluso a tirarse al suelo, llorando muchos del miedo que estaban sufriendo. Un hombre que abrió la puerta segundos antes, al verme pasar corriendo, me invitó a entrar junto con varias personas más y cerró dando un portazo. ¿Estáis todos bien? pregunté por si había alguien herido. Pero, por suerte, todos estábamos bien. Los disparos se intensificaron y todo parecía indicar que el ejercito inglés había abierto fuego en respuesta a los disparos precedentes de los manifestantes radicales. Fue entonces cuando pasados varios intensos minutos dejaron de oírse los disparos. Tan sólo los gritos de los soldados y algún llanto solitario se oían desde la casa de este amable hombre que nos invitó a salvar nuestras vidas. Entonces nos asomamos a las ventanas, preocupados, por lo que podríamos encontrarnos al otro lado de las cortinas. Varias personas en el suelo, con charcos de sangre a su alrededor, me hacía temer lo peor.

Cuando conseguimos salir de las casas, varios policías nos registraron uno a uno para comprobar así que no disponíamos de armas de fuego. Nos obligaron a abandonar la zona porque se procedería a la retirada de los cuerpos que yacían sobre la calzada. El ruido de las sirenas de las ambulancias, el llanto de familiares y amigos de los caídos, hacían irme de allí con un mal sabor de boca porque así no se consigue nada realmente.

De camino a casa, oía a la gente comentar lo sucedido y por eso me acerqué a preguntar a un grupo de jóvenes que estaban sentados en una de las aceras.

- Perdonad. ¿Sabéis cuántos puede haber heridos? - dije llegando donde estaban ellos -.
- Parece ser que hay varios heridos por las caídas y los golpes de la estampida, pero he oído decir a gente que hay siete personas muertas. - contestó uno de ellos mientras fumaba un cigarro -.
- ¡Se han cebado los soldados con nosotros! - gritaba uno indignado -. ¡Hasta cuando vamos a tener que soportar esta cruz! Estoy cansado de este jodido país.
- Bueno muchachos, por desgracia, siempre hay un grupo de gente que no sabe controlarse - comenté mientras miraba el reloj -, pero no debemos perder la esperanza. Hay que seguir luchando por nuestros derechos.
- Es cierto, ¡no nos callarán! - gritó otro del grupo -.
- Gracias por la información jóvenes. Hasta otra - dije mientras iniciaba los pasos hacia casa y abrochando mi chaqueta hasta el cuello -.

Era casi medianoche. Ya me había puesto cómodo para estar por casa. Estaba sentado en el sofá, intentando escuchar la radio, pero el mal tiempo impedía que se oyera con claridad. No hacía nada más que pensar en esas personas y en esas familias. El dolor que tendrían que pasar ahora por una simple manifestación, por una simple insensatez de cuatro imbéciles.

A pesar del cansancio de mi cuerpo, antes de tomar el sueño, siempre espero que sean las doce de la noche. La curiosidad de saber qué acto provoqué siempre me desespera.

Ya era medianoche. Con cuidado de no quemarme tomé varios puñados de ceniza y la esparcí sobre un gran cuenco lleno de agua. Seguidamente lo remuevo con mi mano y lo observo detenidamente. No sé, ni tan siquiera, si cualquier otra persona podría ver algo. Yo puedo verlo como si estuviera viviéndolo en primera persona. Esa noche vi algo realmente espantoso. Mis lágrimas empezaron a caer mientras veía lo que el cuenco con agua me estaba enseñando. Rápidamente solté el cuenco de agua, que cayó al suelo y se rompió, y salí corriendo por la puerta incluso sin cerrarla y sin parar de negar que aquello no podría ser verdad. Me monté en el coche y lo arranque tan rápido como pude. Tenía que comprobar que aquello que había visto no podía ser verdad. Y que alguna vez debía fallar ese maldito conjuro de llamar al destino, y hoy debía ser el día que fallara.

viernes, 6 de abril de 2012

Una escena inesperada.

Lea antes: 1. El gran Teatro Central

     En escena el Marqués de Villarrobledo, Don Diego, junto con sus dos hermanos más jovenes que él y su humilde criado Casildo. Se dirigían por el bosque a una taberna del pueblo. Portaban unas lámparas que iluminaban levemente el escenario. Detrás de ellos varios árboles dibujados sobre el fondo de tela que había sido cambiado ya en varias ocasiones. El Marqués portaba unas ropas increiblemente talladas. Además, su figura esbelta le hacía ser aún más atractivo como personaje. Su espada enfundada y atada a su cintura habría sido creada por algún experto herrero del país, era más bella que el propio espectáculo que se estaba llevando a cabo. Los hermanos no llevaban más que algún cuchillo guardado, pero también con ropas refinadas. Sin embargo, Casildo simbolizaba despectivamente todo lo contrario a su amo.

     Siguieron hablando largo rato sobre temas de la nobleza, parados en medio de la nada. De repente se dirigieron a las escaleras centrales del escenario, las que daban hacia el patio de butacas. Para el asombro de todos, la sala comenzaba a convertirse en el nuevo escenario. El pasillo entre las butacas simularía entonces el camino hacia la taberna, aprovechando de esa forma la oportunidad para cambiar el atrezo del escenario y convertirlo en la barra de una taberna de la ciudad. Entonces se cerró el telón tras ellos y caminaron entre las butacas. La iluminación se volvió verde en sus cabezas y los efectos del sonido de algún buho simulaba la noche en el bosque.

     - Sólo su padre es capaz de plantar cara a ese mal nacido. - continuó hablando en voz áspera y vieja el Marqués - Si no quiere perder ni sus tierras ni su mujer, debiére cortarle la cabeza sin miramientos. - Dijo haciendo el gesto con sus brazos como una guillotina.
     - Dios misericordioso, - dijo Casildo a la vez que miraba al cielo - quién osa a acostarse con su propia madre.
     - Si eso mismo me pasara con mi hijo, yo mismo lo ahorcaría con mis propias manos delante de todo el pueblo de Villarrobledo. - explicó bastante serio uno de los hermanos.

     De pronto, un espectador que veía la función desde el comienzo, gritó: ¿Quién anda el camino en horas tan oscuras? Seguido de varias risas de diferentes puntos del patio de butacas, comenzaron a levantarse varios espectadores. Cinco, para ser exactos. Sacaron sus espadas y apuntaron a los cuatro protagonistas que se encontraban rodeados de todos ellos sin poder dar paso alguno.

     - Hablas con el Marqués de Villarrobledo y sus hermanos. Sigan su camino de vuelta y aquí no pasará nada. - comentó Don Diego.
     - Hablas con el Marqués de Villarrobledo, - hizo en tono de burla el supuesto cabecilla. - Bla bla bla - continuo acabando con unas risas de los demás bándalos.
     - ¡Qué mejor que encontrarse un Marqués con sus bolsillos llenos de monedas! - dijo en tono elevado uno de ellos.
     - Tengo los bolsillos llenos de monedas - contestó palpando la chaqueta y produciendo el sonido de las monedas al chocar. - y el alma llena de furia.

     Entonces desembainó su espada de una manera tan rápida que la clavó en su pecho, gritando ese de dolor a la vez que caía al suelo, en mitad del pasillo. Cada uno de sus hermanos, a una velocidad casi imperceptibles, sacaron sus cuchillos de no se sabe dónde y lo pusieron en los cuellos de dos de ellos. Ya tenían desde pequeños una frase preparada para ocasiones así: el alma llena de furia. Sabían que cuando uno lo dijera, debían atacar sin miramientos. Quedaron dos, el supuesto jefe y uno más. El cabecilla cogió a Casildo por el brazó y puso su espada al cuello. El otro, salió corriendo hacia el telón y se metió tras él, saliendo de la escena.

     - Ahora amigo, vas a soltar tu espada. Me la darás junto con todo el oro que has robado por ahí y me beberé el mejor vino que encuentre en la taberna mientras mis hermanos te cortan los dedos, uno a uno y despacio, para que aprendas que no está bien robar, y menos a mí.

     El bándalo soltó a Casildo, pegándole un empujó hacia ellos y comenzó a correr por la sala en dirección al telón, mirando en varias ocasiones hacia atrás. La gente aplaudió y rió, animándose al ver aquello. La alegría de humillar a un ladrón les hacía felices, y mucho más ahora que hace varias semanas que se robaba en la ciudad y que no se habían dado con ellos.

     Siguieron caminando, comentando lo ocurrido, y bordearon todas las butacas dirigiéndose de nuevo al escenario. Estaban llegando cuando comenzó a abrirse el telón y apareció la taberna. Entraron saludando abiertamente al tabernero y se sentaron en una de las tres mesas que había, pidiendo unas jarras de cerveza.

     - Unas jarras de cervezas, de la más fría que puedas tener. - Pidió uno de los hermanos.
     - Ahora mismo - contestó el tabernero a la vez que se disponía a servirlas del mejor barríl de cerveza que disponía, al ver que era el mismísimo Don Diego Marqués de Villarrobledo. - ¿Van a querer algo de cenar? Invita la casa. Tengo el mejor cocido que puedan probar en toda la comarca. - propuso con una sonrisa que se estropeaba por esos dientes tan desordenados.
     - Gracias amigo. Tomaremos unas cuantas cervezas y volveremos a la casona. Mañana partimos temprano a la corte del rey.

     La escena continuó. Bebieron un largo rato mientras las conversaciones no cesaban y algunos clientes que entraban. Alguno de ellos conocía al Marqués, saludándolo con una reverencia formal al entrar y verlo allí sentado.

     Entro en escena un cliente más. Subió las escaleras centrales desde el patio de butacas. Los actores pusieron todos cara extraña, mirandose unos a otros, como si no lo conocieran. El desconocido se quedó mirando al Marqués fijamente a los ojos, pero no hubo palabra alguna. Un silencio sepulcral rodeaba la escena, dándole aún más tensión a la obra. De pronto, Don Diego se levantó al reconocerlo y empezó a correr hacia uno de los laterales del escenario. Entonces, sin esperarlo, el desconocido sacó una pistola que tenía escondida, apuntó a la cabeza del Marqués desde lejos, y a pesar de que ya se encontraba el protagonista en una zona oscura que apenas se veía, apretó el gatillo sin miramientos y acertó de lleno en su cabeza. El estruendo del disparo inesperado, hizo gritar a más de una persona en la sala. El golpe del cuerpo al caer en el escenario, a la vez que salía sangre de su cabeza, levantó el pánico de todas las personas que estaban en las primeras filas, junto con los demás actores. Todos salieron despavoridos, aterrados al ver aquella macabra escena. El desconocido aprovechó el desconcierto para perderse. Sólo los protagonistas que estaban en escena vieron su cara, la cara del asesino de ese actor que apareció de la nada y puso fin a la función de la peor forma que lo habían hecho jamás en el mundo entero.

     El inspector jefe de policía de la ciudad se encontraba viendo la función como un mero espectador más. Entonces, con la sangre fría que caracterizaba a ese hombre gritó: Que todo el mundo guarde la calma. Que no salga nadie de aquí sino quiere recibir un disparo. La suerte de estar sentado cerca de la entrada principal hizo que de un salto se levantara y flanqueara la puerta a punta de pistola. La gente horrorizada comenzó a gritar. Los llantos de los niños y las mujeres se unía la ira de los hombres que hacía escasos momentos veían la obra de teatro. El inspector, nervioso, no  paraba de apuntar a un lado y a otro, intentando visualizar a ese desconocido. Sólo podía ver miedo y terror en sus caras. Sabía que estaba poniendo en peligro la vida de muchas personas, pero si la suerte jugaba de su parte esa noche daría con ese asesino, que estaba en la sala. Es más, su intuición experta le decía que el hecho de haber disparado tan sólo una vez y el actor estar tan lejos sólo podía significar o que era un experto tirador o que sólo tenía una sola bala. Apostó por lo segundo.

     Aquí daría comienzo la función para el inspector jefe de policía de la ciudad.

[Continuará.]

lunes, 19 de marzo de 2012

El gran Teatro Central

     Hacía una temperatura agradable esa tarde a pesar de estar aún en la estación de invierno. Un cielo cubierto parcialmente por unas nubes en tonos grisáceos no permitía ver más que un puñado de estrellas contaminadas por el humo oscuro que salía de las chimeneas de varias casas de las calles próximas. Las farolas de la gran plaza de la ciudad daban aún más cobijo a las personas que se agolpaban impacientes ante las puertas del Teatro Central, a la espera de poder entrar para ver el espectáculo de uno de los directores de teatro más conocidos del país.

     Varias mujeres que podrían rondar los cincuenta años chismorreaban de otro grupo de mujeres cercanas, en ocasiones con un tono de voz demasiado alto como para poder escuchar lo que decían. Una madre ordenando constantemente a sus hijos a guardar la compostura en la fila mientras su marido, con bigote canoso y una vestimenta bastante cara para la ocasión, fumaba un gran puro cubano impasible a la actitud de sus hijos. Casi al final de la fila y recién llegados un grupo de unos diez jóvenes, a juzgar por su forma de hablar, del barrio de San Cristobal Apostol. Hablaban y reían de manera un tanto exagerada haciendo que muchas de las personas presentes miraran con ojos incrédulos. Alguna pareja abrazada y un niño bebiendo agua de una fuente cercana. Y más de un presente miraba su reloj cada cinco minutos impaciente por la apertura de puertas, se diría que más por tomar asiento que por ver la función.

     La fachada del Teatro Central era bella se mirara por donde se mirara. Una enorme puerta de madera de nogal adornada con varios metales puntiagudos y unas inscripciones en color dorado en cada una de las puertas. En la puerta de la izquierda una T, en la otra una C, ambas caligráficas. La puerta estaba flanqueada por dos columnas de piedra arenisca, áspera al tacto, desgastada por el paso del tiempo y de tono marrón. En el lado derecho las taquillas cerradas porque todos los asientos se habían vendido por adelantado hacía ya un mes. En el lado izquierdo un cartel medio roto que casi permitía leer el nombre del espectáculo que esa noche tendría lugar. El resto de la fachada era de ladrillo y piedra, con ventanas pequeñas, algunas de las que salía luz, otras cerradas con cortinas rojas.

     El chasquido de la cerradura de la puerta del Teatro Central se oyó abrirse. La multitud se agrupó impaciente y comenzaron a entrar de una manera ordenada enseñando cada uno de ellos su billete. Asiento número 43, se oía pronunciar al revisor.

     Una vez dentro, a pesar de que la mayoría de ellos ya había acudido al Teatro Central más de una vez, quedaban asombrados por esas maravillosas lámparas colgantes de ese techo tan alto. En las paredes, farolillos de carbón antiguos hacían imaginarse la iluminación de hacía varios siglos atrás, dándole un aspecto un poco más antiguo al lugar. Abajo, un enorme escenario oculto tras unas cortinas de terciopelo rojo oscuro, con las letras T y C enormes, cosidas a mano con hilo dorado. Enfrente del escenario, numerosas filas de asientos que estaban siendo ocupados por los espectadores. Los murmullos se intensificaban con la entrada de más personas y los actores tras el telón ensayaban unas últimas frases, todos ellos ya con las vestimentas pertinentes.

     Todos sentados. La luz comenzó a bajar su intensidad indicando que la función estaba a punto de dar comienzo. Las voces fueron tornándose a silencio y se hizo la oscuridad. Tan sólo un foco proveniente de la parte de atrás iluminaba el centro de las cortinas, T.C. El telón comenzó a abrirse y se iluminó el escenario poco a poco. Comienza la función. Comienza el Marqués de Villarrobledo.

     En escena, una mujer preciosa, de pelo castaño y con una enorme trenza hacia su pecho izquierdo. Con ropa de andar por casa y sentada en una de las cuatro sillas que había junto a una mesa miraba hacia un punto fijo sin parpadear siquiera, como pensativa, a la vez que movía exageradamente su pierna cruzada. Daba aspecto de estar preocupada. A su alrededor, un escenario lleno de atrezo simulando su estancia en un patio interior de alguna casa: plantas, una fuente pequeña... Es posible que fuera la casa del Marqués y ella su mujer.

     - ¡Catalina! - pronunció de repente, sobresaltando a algún pequeño que no se lo esperaba. - ¿¡Catalina...!? - gritó una vez más.
     - ¡Sí, mi señora! - contestó la sirvienta a la vez que entraba en escena por uno de los laterales, vestida con un  ropaje blanco y negro y con un plumero en sus manos.

[ Continuará... ]